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Francisco Ortiz Chaparro es Licenciado en Ciencias Políticas y Económicas. Autor de "El teletrabajo, una nueva sociedad laboral en la era de la tecnología". (1995).
Vicepresidente del Foro Europeo de Teletrabajo; Vicepresidente de la Asociación Iberoamericana de Teletrabajo; Expresidente de la Asociación Española de Telecentros.

 

La eclosión de las actividades del teletrabajo con motivo de la pandemia del coronavirus ha coincidido con su 50 cumpleaños. Fue en 1970 cuando Peter Goldmark concibió la idea de trabajar a distancia utilizando las Tecnologías de la Información y la Comunicación.

Goldmark fue un científico húngaro nacionalizado en USA que estuvo en posesión de más de 150 patentes, entre ellas el disco LP y un sistema de televisión en color. Fue asesor del candidato a la presidencia USA en 1968, Humphrey, ex vicepresidente con Johnson.

Uno de los planes que concibió fue el de la New Rural Society, nueva sociedad rural, que presentó públicamente en 1972 y que tenía como objetivo mejorar las condiciones de empleo, formación, salud y oportunidades sociales, culturales y recreativas de las áreas rurales para evitar la emigración y atraer población trabajadora.

Tuve el honor de conocerle en la presentación de su proyecto en España en 1975, invitado por la antigua Fundación de Telefónica, Fundesco, pionera en tantas cosas vigentes hoy, y me mantuve en contacto epistolar con él hasta que falleció en accidente de automóvil en diciembre de 1977. Precisamente en este año, Jack Nills, llamado, no con toda justicia pues, el padre del Teletrabajo, presentó su Telecommuting, de gran repercusión. Eran los años de la primera crisis del petróleo y de la concienciación sobre el despilfarro de recursos naturales, como denunció el Club de Roma con su Los límites del crecimiento, en el que también colaboramos.

En Europa, el teletrabajo nació en los países nórdicos con los llamados telecottages o telecentros rurales. Los interesados en el teletrabajo viajábamos a esos países como tierra de promisión para conocer sus experiencias. Recuerdo una especialmente brillante desarrollada por un informático que vivía en medio de un bosque idílico del norte de Suecia y que, con un ordenador y una línea telefónica, controlaba, desde el sótano de su vivienda y con pingües ganancias, los aparcamientos en las calles de Estocolmo y otras ciudades suecas, en un adelanto de automatización de los aparcamientos regulados. En España inauguramos el primer telecentro en Gordexola, en las Encartaciones vascongadas.

A finales de los 80 y principios de los 90, la Comunidad Europea comenzó sus políticas para fomentar el teletrabajo, englobándolas en la DG XIII y organizando, entre otras actividades, los Congresos anuales del Teletrabajo que rotaban por distintas capitales. En esa época habían comenzado ya los primeros estudios monográficos serios sobre las ventajas y los inconvenientes del teletrabajo para los trabajadores, las empresas y la sociedad. Y yo mismo publiqué, en 1995, El teletrabajo, una nueva sociedad laboral en la era de la tecnología, primera obra sobre el tema en lengua española. La Unión Europea promulgó el Acuerdo Marco sobre el Teletrabajo, en julio de 2002.

Mientras tanto, las tecnologías evolucionaron: El ordenador personal, la digitalización, Internet, la telefonía móvil, la nube, las redes sociales, ¡la alfabetización digital!, y el teletrabajo se fue expandiendo, aunque no con la cadencia que habíamos pronosticado.

Hasta que, con la pandemia y la imposibilidad de acudir a los lugares de trabajo, han quedado de relieve las principales virtudes y los principales defectos del teletrabajo.

Las virtudes se pueden resumir en una frase: el teletrabajo ha hecho posible que la actividad económica no se interrumpa en empresas, sectores y actividades sociales claves. No se puede decir nada más positivo.

En cambio, los inconvenientes han de explicarse más por extenso.

En primer lugar, una experiencia sólida de teletrabajo no se improvisa. Hay que estudiar y planificar multitud de aspectos de formación y relaciones humanas, presupuestos, salarios e incentivos, equipamientos en la empresa y en los domicilios, relaciones sindicales, etc. Pero la pandemia ha obligado a lanzarse a la piscina a empresas y trabajadores con las rémoras de no selección de

personas, puestos y tareas, no formación técnica, no equipamiento ni aplicaciones adecuados, no líneas de comunicación ad hoc en muchos casos, no adecuación de domicilios ni seguimiento de normas de salud e higiene en el trabajo, no planificación de jornadas, de regímenes de alternancia presencial/a distancia, ni de salarios, incentivos o compensaciones por la utilización de equipamientos propios, no formación de directivos, no criterios de evaluación…

Por eso, junto a experiencias que, según vamos viendo, han triunfado con el enorme mérito de superar todos o gran parte de esos inconvenientes, se han dado muchísimos palos de ciego. Y son estos los que más salen a la luz a la hora de evaluar lo que es y supone el teletrabajo.

A todo ello, que no es poco, hay que sumar otros aspectos de la pandemia. Fundamentalmente, el hecho de que los hijos hayan permanecido en los hogares sin salir a jugar ni ir al colegio, lo que ha supuesto incremento de estrés para los teletrabajadores. Por no hablar de otros como no poder reunirse con los compañeros, no tener acceso a servicios técnicos, etc., etc..

En resumen: el teletrabajo llegó después de 50 años para quedarse, pero para quedarse como es debido, es decir, con previsión, planificación, posibilidad de evaluación y corrección y perfeccionamiento. Y tendrá consecuencias que se irán poniendo de manifiesto en las personas, las empresas, las distribuciones territoriales de la población, la socialización, la cultura… en todo aquello que ya previó Peter Goldmark y que algunos hemos predicado desde entonces, con más o menos mérito.

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